Lo mejor, lo más útil y trascendente de una política proactiva de formación doctoral son los doctores que gracias a ella se incorporan a la vida social. Un pueblo donde una proporción importante de su población está imbuida de las formas de hacer y crear de la ciencia y la tecnología tiene que ser un rico y capaz de prosperar ilimitadamente, aun en las condiciones más adversas. Una persona que se haya esforzado y aprendido la forma de hacer y crear hasta alcanzar el nivel de doctor en ciencias o tecnologías puede cambiar el mundo para bien, si se lo propone. Si además lo hace con todos y para el bien de todos es excelente.
Las tesis y los resultados que en ella se vierten son importantes, y pueden serlo mucho en algunos contados casos. Pero siempre están esencialmente destinadas a aportar una gota más de conocimiento en el gran caudal del saber de toda la humanidad. Nadie que esté familiarizado con la ciencia, y sobre todo con la ciencia contemporánea, puede concebir que su tesis tenga que necesariamente cambiar el mundo o aportar algo que haga mejores y más ricos a los humanos. Es solo la ciencia de todos, de la que esa tesis debe formar parte, la que lo puede hacer. En el mundo de hoy son muy pocos los resultados científicos “rompedores” que lo cambian todo. Es el saber de todos en todas partes, bien aprendido y aplicado el garantiza el progreso.
Una tesis doctoral puede ser de muy diversa índole. Puede consistir en el diseño de una nueva cuchilla para las máquinas cortadoras de caña y la demostración de sus ventajas o novedades de diseño. También puede ser el hallazgo de la presencia de un elemento químico en los anillos de Saturno. En cualquiera de los dos casos, uno enfocado directamente a una actividad de creación de valor económico y el otro a la creación se saberes, prevalece el propósito principal de formar un investigador independiente, un doctor.
Ese proceso de aprendizaje de la investigación independiente es el que conforma la formación doctoral donde un joven, y también no tan joven. Así nos damos cuenta de que lo que estamos edificando está basado en lo antes aprendido y publicado por cientos de otros autores. Al doctorando le toca poner su propio ladrillo en ese edificio del conocimiento humano. Si es oportuno, puede ser trascendental, pero si no, también cumple la misión más importante de hacernos más humanos con los nuevos saberes.
Resulta incontrovertible también que el progreso científico y tecnológico que hemos alcanzado como especie se debe a que lo desarrollamos sobre verdades objetivas. Se nos debe educar para encontrarlas, demostrarlas, divulgarlas, discutirlas y hacerlas patrimonio de toda la comunidad humana.
De alguna forma, la calidad de los sistemas educativos se mide no solo por el saber alcanzado y demostrado de los alumnos, sino también por las habilidades que exhiban para buscar nuevas informaciones, verdades, en la realidad objetiva. Una clase de “El mundo en que vivimos” en la que una niña o niño cubano se entere por sí mismo y muestre al maestro y sus condiscípulos la forma de germinar de un frijol, o las similitudes entre dos especies de mariposas, es la antesala de la formación de esos hábitos científicos de buscar y encontrar la verdad.
Estamos refiriéndonos a lo que muchos denominan como el método científico. Sus definiciones siempre son variadas y dependen de los autores de los textos dedicados a ello y que aceptemos como válidas. Pero hay formas de pensar y operar que resultan invariantes para cualquier definición y todas se basan en la búsqueda de la verdad, basada en evidencias, demostrable, divulgada y aceptada por todos, que además la pueden comprobar por sí mismos.
Esta práctica de la verdad es tan importante para el hallazgo de una nueva y revolucionaria utilidad del grafeno (material derivado del grafito), como para conducir un central azucarero con éxito, o como para gobernar y hacer prosperar una sociedad. Resulta bastante evidente que las habilidades para encontrar verdades objetivas que favorezcan estas actividades pueden adquirirse desde las clases de “El Mundo en que Vivimos” en la enseñanza primaria. Su máximo desarrollo se debe lograr con una avanzada educación especializada, la formación doctoral.
Los nuevos conocimientos que se obtengan en cualquier trabajo para la formación doctoral en muchas ramas del conocimiento en Cuba deben ser también refrendados por su publicación con incuestionable credibilidad. Para ello son sometidos a la crítica de revisores independientes y generalmente anónimos, en alguna parte del mundo, que permiten o no que el nuevo hallazgo se publique como algo original, que nadie haya encontrado antes. Estos procederes de “revisión por pares”, muchas veces anónimos para anular compromisos perturbadores, tienen una utilidad enorme para que podamos confiar en la verdad científica de un nuevo descubrimiento.
¿No sería muy bueno que de una forma u otra el método científico se incorporara a muchos procederes de la vida administrativa y política de una sociedad de todos como es la socialista? Por ejemplo, si un procedimiento de gestión comercial no logra satisfacer la demanda, que es su propia razón de ser, no se puede exhibir como exitoso, aunque haya sido concebido con las mejores intenciones y se haya implantado con la mayor dedicación. Un decisor con ciertas convicciones políticas y confianza en sus propios procederes puede orientar de cualquier forma que el mencionado procedimiento comercial deba seguirse usando. Sin embargo, si tiene una adecuada formación en la búsqueda de la verdad, la científica, cambiaría el procedimiento tanto como sea éticamente aceptable hasta que funcione realmente. Esta es una razón por la que la formación científica es hoy inexcusable para la conducción de cualquier proceso de la sociedad moderna.
Esperemos que una toma de conciencia social del valor de la formación doctoral y del papel que los doctores en ciencias y tecnologías deben desempeñar para el bienestar de la sociedad cubana nos permita incrementar su número, y que además podamos contar con ellos para el bien de la Patria. Es una forma de poner la verdad científica, aplicada a todo, en el lugar privilegiado que debe tener, tanto en la realización de la ciencia misma como en la gestión de todos los procesos de los que depende un socialismo que realmente sea próspero y sostenible.